sábado, 10 de mayo de 2014

Reflexión: Mi madre.


Primero que nada feliz día de las madres. El día de hoy quiero compartirles un pasaje muy bonito del libro Coure (Corazón, Diario de un niño) de Edmundo de Amicis que como les he dicho antes es uno de mis libros favoritos y esta relacionado con el festejo del día de hoy, espero que lo encuentren interesante, que aprendamos a valorar a esos extraordinarios seres que nos dieron la vida y que sin duda darían la vida por nosotros.


¡Faltaste el respeto a tu madre! ¡Que esto no suceda más! Tu palabra irreverente se me ha clavado en el corazón como un dardo. Piensa en tu madre, cuando años atrás se inclinaba toda la noche sobre tu cama, escuchando tu respiración, llorando lágrimas de angustia, apretando los dientes de terror porque creía perderte y temía enloquecer; piensa en esto y no vuelvas a ofenderla. ¡A ella, que daría un año de felicidad por quitarte una hora de dolor, que pediría limosna por ti,que se dejaría matar por salvar tu vida! ¡Oye! Reflexiona sobre esto. Considera que te esperan en la vida muchos días terribles, pero el más terrible de todos será el día que pierdas a tu madre. Mil veces, cuando ya seas fuerte y te hayan golpeado toda clase contrariedades, tú la invocarás, oprimido el corazón de un deseo inmenso de volver a oír su voz y de volver a sus brazos abiertos, para arrojarte en ellos sollozando, como un niño sin protección y sin consuelo.

Te acordarás entonces de todas las amarguras que le hayas causado y sentirás remordimiento. No esperes tranquilidad en tu vida si has entristecido la de tu madre. Podrás arrepentirte, pedirle perdón, venerar su memoria inútilmente, tu conciencia no estará en paz. Aquella imagen dulce y buena tendrá siempre para ti una expresión de tristeza y reconvención que inquietará tu alma. ¡Oh mucho cuidado! Este es el más sagrado de los afectos humanos. ¡Desgraciado el que lo profane! El asesino que respeta a su madre aún tiene algo de honrado y noble en su corazón; el mejor de los hombres que la hace sufrir o la ofende no es más que una miserable criatura.

Que no salga nunca de tu boca una palabra dura para la que te ha dado el ser. Y si alguna se te escapa, no sea el temor a tu padre, sino un impulso del alma lo que te haga correr hacia ella, suplicándole que, con el beso del perdón, borre de tu frente la mancha de tu ingratitud.

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